© Cira Arroyo Fuentes 15/05/2017 10:55 a.m
Me siento tan feliz en este pueblo que Dios nos ha dado para vivir, como si fuera el mejor Hotel Cinco Estrellas que puedo tener, que no me dan deseos de ir a ningún otro sitio en el mundo —le dice Irene a sus familiares y vecinos, una mañana, mientras cantaba y alababa a Dios, cuando barría la acera frente a su casa y saludaba muy amablemente a todos.
Ahora gracias a Dios todo es muy tranquilo, pero hace muchos años sucedió aquí una gran tragedia, —le dice su abuela, porque en este bello barrio en que vivimos, que hoy día es tan sano, pacífico y lleno de Dios, murieron muchas personas en el pasado, por causa de una nube negra que lo oscureció todo y asustó mucho principalmente a las personas que en ese tiempo eran ateos, o que aun sabiendo de Dios, llevaban en desobediencia, una vida corrupta y desordenada tanto física como espiritualmente.
Como la gente que vivía así se puso tan nerviosa y temerosa, al estar tan asustada, empezó a gritar que era el fin del mundo, entonces la mayoría de la gente en lugar de quedarse tranquila en un solo sitio, empezó a correr con gran desesperación de un lado al otro, sin fijarse por donde iban, porque imaginaban que en otros barrios alrededor si había luz, por lo que todos con tal de salirse de esa oscuridad de su pueblo, lo único que querían era irse porque los inundó un temor atroz y en su afán de marcharse de inmediato a otro lugar, unos chocaban contra los muebles y tropezaban en cuánto obstáculo se les atravesaba, otros chocaban de frente unos con otros, otros en su carrera caían en ríos, otros en peñas, otros eran atacados por animales que se encontraban a su paso, otros mordidos por serpientes, otros atropellados por autos, motocicletas y bicicletas que a gran velocidad manejaban por la calle o por donde pudieran buscando alejarse del lugar.
La gente del barrio había caído en un estado de shock totalmente paranoico, en el que ya nadie sabía ni que hacer ni para donde coger y para no perder las cosas más valiosas que tenían, las echaban en cuánto podían para llevárselas, fuera en mochilas, bolsas, fundas, sábanas bien amarradas o hasta en sus manos, pero como aún pasando esto, había quienes tenían la osadía de seguir desenfrenadamente como si nada, consumiendo alcohol y drogas, éstos, de entre ellos muchos maleantes, se aprovechaban de la ocasión y de que muchas personas de toda edad salían de sus casas y deambulaban en la intemperie, totalmente desprotegidas en la oscuridad, para atacarles, robarles o abusar de ellos sexualmente, especialmente de los más jóvenes.
Mientras pasaban los días y la oscuridad nada que se iba, el barrio se destruía más y más cada vez. Sólo eran lamentaciones, llanto, gritos, golpes, y desastres lo que se escuchaba a lo largo y ancho del pueblo.
Sólo recuerdo que aunque todo parecía estar destruido, nada a mí ni a mi familia nos había pasado porque nos habíamos quedado quietos, orando dentro de nuestra casa, debido a que sabíamos con fe, que estábamos parados sobre la roca y que todo eso que estaba ocurriendo para mí era como un sueño que en tiempo atrás había tenido en el que yo miraba como todo se derribaba a mi alrededor, en que sólo quedaban unos pocos ladrillos en donde posar, pero como yo tenía fe, aunque veía que todo se caía nada me iba a pasar, al saber en quién había confiado y que me iba a mantener segura en uno de esos ladrillos aunque todo alrededor se desmoronara.
Así como si estuviera en ese sueño, asimismo actué, les conté a todos eso que había soñado y mantuve a toda mi familia segura dentro del hogar, orando a Dios, como si todos estuviéramos en un solo ladrillo, el cual tenía la plena seguridad, de que Él iba a mantener bien sujetado en su mano para que nada nos pasara.
Me acuerdo que mientras orábamos, yo sentía como que estábamos sumergidos dentro de una atmosfera llena del poder de Dios y yo gritaba fuertemente, llena de gozo; mientras mi amado Pedro, su abuelo, nos decía a todos que no tuviéramos miedo porque la luz espiritual, que todo lo alumbra estaba con nosotros, que estábamos seguros y aunque todo parecía una terrible pesadilla y el barrio se destruyera, nada nos iba a pasar.
Desde adentro de la casa escuchábamos como toda la gente corría como loca alrededor, de un lado para otro para salvar su vida y en tanto ajetreo se iban perdiendo muchas vidas, porque se dejaban llevar por lo que los demás les dijeran y cogían por caminos equivocados llenos de oscuridad tanto física como espiritual.
Cuando todo pasó y la luz física llegó, salimos de nuestra casa y vimos como todo se había destruido. La mayoría de las casas estaban destrozadas y unas hasta se habían quemado, por causa de la gente que prendió velas y en su locura causaron incendios.
Se miraba gente y animales heridos y muertos por todo el barrio. Las calles estaban llenas de autos, motocicletas y bicicletas, todos chocados, quemados, gente y animales heridos y muertos.
En los ríos, quebradas, sequías y canales flotaban muchos objetos de valor dentro de los cuales se veían salir a flote cuerpos de personas y animales ahogados.
Se miraba miseria, sufrimiento y destrucción por todo el pueblo y sólo pudimos ver unas casas en pie, en donde la luz de Dios que todo lo alumbra, se había mantenido encendida y eran familias que habían sobrevivido al igual que la nuestra.
Gracias a Dios todas esas pocas familias vivimos para contarle a las generaciones futuras como sobrevivimos con Dios a esa noche oscura, cuando todos los que no estaban fuertemente agarrados de su mano, fueron engañados por el mal y pensaron que todo se acababa en ese momento, menos nosotros y esas familias
Una inolvidable noche oscura, en la que toda la gente falta de fe, desobediente a Dios o no creyente del todo, como un solo cuerpo dirigido por el mal, sola se destruyó, porque pensó que llegó el fin del mundo a mi barrio.