Por © Cira Arroyo Fuentes, 2/11/2024, 4:23 pm
¿Cuando sé que me estoy enamorando, que se están enamorando de mí y que el amor de mi verdadera pareja de vida ha llegado?
Cuando ambos ya nos estamos comunicando o actuando tal como somos, con sinceridad, desde nuestro niño interior que vive en nuestro corazón.
Este amor maduro que sólo nace en nuestro niño interior en lo más profundo del interior de nuestro corazón y todo nuestro ser, sólo se puede vivir y hacer crecer si ambas partes saben que lo descubren, lo sienten, se lo permiten, deciden darle vida y tienen la suficiente firmeza y humildad para apartar ambos de sí todo lo negativo que viene del exterior o del interior de sí mismos para atacarlo y ensalsalzarce para destruirlo.
A este amor es más fácil experimentarlo a una muy tierna edad, cuando no tenemos complejos ni hemos sido aún adoctrinados por el mundo ni por sus intereses ni tradiciones porque a esta edad las parejas muy jóvenes, sin pensarlo mucho, se dejan llevar por lo que siente su corazón de niño, que a su vez tiene cuerpo y edad de niño, o sea que no tienen complejo ninguno, ni piensan en nada que les pueda impedir darle vida a su amor y unirse; pero conforme las personas se van haciendo más mayores, este panorama tan sincero, real, positivo y desinteresado les cambia y vienen a interponerse su mente y la de otras personas en lo que sucede en su corazón para no dejarlo ser, ni que tome desiciones basadas en su corazón, sino, por el contrario, que anteponga o le de más importancia a lo que calculadamente, con cerebro previamente lavado por el mundo, les dicte su mente.
A este amor, aunque muchos pueden llegar a vivirlo en cualquier momento de su vida, no es fácil llegar a experimentarlo más aún conforme nos vamos haciendo más mayores porque el mundo con sus estresantes inventos llenos de vanidad, materialismo, tentaciones y relaciones aventureras y pasajeras que nos pone continuamente al frente, se interpone entre ese amor con sus tradiciones y creencias ambiciosas impuestas, con las que nos quiere mantener atacados, manipulados como si fuéramos robots sin sentimientos para que mantengamos una vida superficial siendo ciegos, duros y fríamente ocupados, sin tener oportunidad de tener una vida con enriquecimiento espiritual interior, ni que descubramos, ni nos dediquemos a nuestro niño interior, ni permitirnos encontrar al verdadero amor que sólo nuestro niño interior es capaz de encontrarlo y darlo, por eso cuando ve que lo estamos encontrando, nos pone al frente a muchas personas para distraermos, desviarnos y que no dejemos tiempo para pensar ni dedicarlo a la persona o pareja específica y correcta que es la que más nos atrae o nos mueve el piso.
Cuando descubrimos que el verdadero amor nos nace y discernimos con la sabiduría de nuestro niño interior que vive en nuestro corazón y que la otra persona nos ama también, debemos de saber también que seguidamente uno de los dos, o los dos nos vamos a tener que enfrentar a un montón de pensamientos y personas que van a querer impedir que este amor crezca y se lleve a cabo de una manera correcta.
Si queremos lograr que ese amor viva y se mantenga, tenemos que reprogramarnos con Dios y dejarnos como niños llevar por Él y no por el mundo ni por nuestro supuesto Yo maduro que se cree saberlo todo, que es muy exigente, calculador y duro para con nosotros mismos porque es nuestro peor enemigo cuando del amor verdadero o amor puro de niño se trata.
Una vez que vencemos con paciencia todo esto, que le damos tiempo al tiempo, que sabemos esperar y soportar hasta los más profundos y largos silencios y momentos de ausencia o desprecio que nos atacan; pero que buscan a la vez pasarnos por prueba de fuego para reafirmar o no nuestro sentir y nos escapamos de tantas asechanzas que nos atacan en nuestro mundo interior y en el mundo exterior y nos concentramos con paciencia en ese amor o semilla del amor que nació, para hacerla pegar, crecer y desarrollarse, perseverando al fin en conocer más a fondo a esa persona que más nos gusta, poco a poco, cuando menos nos damos cuenta, vamos descubriendo en la otra persona también, a ese niño/a interior, que es esa persona tan tierna que vive en ese cuerpo, que es frágil, amorosa, chineadita, sedienta de amor y de alguien que la ame y cuide.
Es en este momento, cuando sabemos que a esa persona Dios la ha puesto en nuestro camino para que la cuidemos como a una parte de nosotros, que ambos confiemos mutuamente en nuestro amor y que lo cuidemos como al mayor tesoro que hemos encontrado, después de Él que es nuestro Dios y Padre y ya no es tarea sólo de una de las partes el hacer crecer y darle vida a ese amor, sino que depende total y enteramente de la disposición, esfuerzo y entrega de ambos miembros de la pareja para que ese amor no muera.