Si estamos vivos tenemos que vivir y gozar plenamente dándole vida a nuestros sueños y hacer todas las cosas con el corazón en la mano evadiendo al máximo que toda persona negativa se nos interponga porque su envidia lo único que quiere es destruirnos y sus rostros, su comportamiento y lo que expresan son prueba de ello.
Se percibe de inmediato cuando nos topamos con gente así, porque hasta se siente un peso en la frente, como si una amarga hiel nos fuera a bañar o atacar para deshacernos, por eso es mejor apartarse cuanto antes para no ser víctima de su veneno mortal.
Por lo contrario, cuando nos relacionamos con personas positivas, sinceras y transparentes nos sentimos como en casa, en familia, aunque estas personas no tengan ningún parentesco sanguíneo con nosotros y tenemos libertad al hablar y estar con ellas, aunque recién las hallamos conocido.
Son personas con las que con tan solo mirarlas a los ojos percibimos un brillo especial en ellas que nos inspira confianza de expresar nuestro sentir, porque sabemos que nos están poniendo atención y que no sólo nos escuchan sino que están dispuestas a brindarnos su consejo y de paso nos invitan también a ser oídas, debido a la gran sabiduría que emana de su boca apenas abren sus labios para hablar.
La gente adjudica esto a la química que existe naturalmente entre las personas, pero como cristiana les digo que es El Espíritu de Dios que habita en quienes le permiten morar en ellos, es el que saca la cara por si solo delante de la persona en que vive y se da a conocer, algo que los cristianos discernimos de inmediato.
A las personas que tienen a Cristo en su corazón siempre se les ve llenas de positivismo, demuestran su autoestima y todo el tiempo caminan desestresadas, gozosas, con la cabeza muy en alto, porque saben el valor que tienen ante Dios, independientemente de la raza, posición social, poder, estudios o dinero que posean, emanando en su rostro una frescura y fragancia sobrenatural que atrae como un imán a otros convidándolos a estar a su lado.
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