Un taquito de ojo que he escrito con mucho amor para quienes aman leer.
Por © Cira Arroyo Fuentes 21/06/2016 07:33 p.m.
Desde pequeña escuchaba a ella decirle a sus hijos que tenían que trabajar porque la vida era muy dura y había que esforzarce, pero nunca les dijo que para poder llegar más alto tenían que estudiar, eso lo ocultó porque con desespero quería que rápido la ayudaran aportando dinero o algo de comer al hogar.
Mi mamá era viuda, con 13 hijos muy pequeños. Yo era una de las hermanas mayores, chiquita aún; pero al verla tan pobre y mayor pensé en colaborar en el hogar, así como lo hacían mis compañeros de escuela que desertaban para ayudar a sus familias.
Al terminar segundo grado, apenas aprendí a escribir, leer y operaciones básicas de matemáticas, me salí de la escuela para ayudarla y ni ella ni nadie me lo impidió.
Hacía oficios domésticos, pero no me conformé con eso porque me puse mi sombrero, blusa manga larga, pantalones y botas de hule para trabajar en el campo junto a mis hermanos(as), en la finca de la casa que gracias a Dios era muy grande, con 13 hectáreas a explotar.
Sembrábamos arroz, frijoles, maíz, café y árboles frutales. Ordeñábamos vacas que nos suplían la leche para todos en casa.
Al ser mayor de edad, como lo que producía la finca no alcanzaba y hacía falta dinero, ella me permitió buscar trabajo cerca, en una compañía que construía un proyecto hidroeléctrico y tenía trabajadores que venían de lejos: unos eran jefes, otros empleados de oficina y los demás peones.
Todos necesitaban cocineras, y como yo era experta cocinando en casa, no dudé en pedirles trabajo.
Me pusieron a prueba unos días, les encantó las ollas inmensas que les preparaba con rica comida, me decían que me quedaba exquisita, hasta se chupaban los dedos al saborearla, y sin más ni más me contrataron.
Al poco tiempo me aumentaron el sueldo y pude colaborar con más gastos de la casa y hasta ahorraba.
Compraba mi ropa para trabajar, estar en casa y la mejor para ir a la iglesia el domingo.
No gastaba en pijama porque teníamos sacos de manta que lavábamos y blanqueábamos hasta dejarlos como nuevos, y como mamá tenía maquina de cocer nos las hacía; así como vestidos, camisas, pantalones, y hasta talladores y calzones, pero como éramos tantos, nos fue enseñando a que hiciéramos nuestra ropa, pero los que eran perezosos nunca aprendieron y se les hizo más fácil dejar los sacos enteros y así se metían en ellos a dormir.
A ella le daba risa ver a los que por vagancia usaban los sacos enteros porque se enredaban y caían continuamente, lo que la hacía recordar viejos tiempos con su madre y abuela, en donde hacer usar a los hijos sacos enteros para dormir era obligado para velar por ellos en la noche, pero que protegerles de día era fácil porque aunque unos tuvieran que salir de la casa para ir a la escuela y estar unas horas lejos, sabían que regresaban temprano, con la luz del sol aún y no se atreverían a hacer de las suyas por temor a que alguien les viera, pero en la oscuridad de la noche era muy difícil verlos, por eso hacían que sus hijos(as) se metieran en estos sacos y se acostaran muy temprano a dormir para custodiarles.
Los padres más adinerados, cuyos hijos no estudiaban, tenían fincas grandes donde los mantenían observados todo el día, con su mente bien ocupada trabajando en algo, y en los ratos de ocio, les inventaban juegos o actividades para compartir con ellos y que no se aburrieran, pero las familias de escasos recursos, que con trabajos tenían una casa para vivir, no hallaban que hacer con sus hijos y les era más difícil cuidarlos.
Esa costumbre de usar sacos no sólo existía en mi familia —me decía ella, — sino en todos los hogares de los pueblos desde tiempos remotos, y nos relataba cantidad de historias chistosas que su mamá decía sucedían con esos mentados sacos en su tiempo de juventud, que era peor, porque la tradición era más estricta según la clase social a la que se pertenecía, ya que las familias más adineradas que tenían más cobijas los usaban de manta, y las más pobres de gangoche porque eran más gruesos y calientes, pero que todos se los ponían enteros, en buen estado, bordando en cada saco las iniciales o nombre de su dueño(a) y a las 6:00 p.m. mandaban a todos sus hijos al baño antes de ir a dormir porque después tenían que meterse cada uno en su saco y amarrarlo bien, ...especialmente las niñas y mujeres solteras..., porque esos sacos eran como "La Garantía de la Virginidad", ...ya que en esos tiempos los padres se levantaban de sorpresa a cualquier hora de la noche, ... diferente cada día, ...hasta varias veces, ... para rondar los cuartos y ver si todos sus hijos(as) dormían, ...y por la mañana revisaban los sacos para ver como estaban, ... y si tenían huecos o señales de maltrato había problema, ya que significaba que su dueño(a) había hecho fechorías en la noche, ... formándose gran alboroto y los padres investigaban con todos los miembros del hogar para ver por qué ese saco estaba roto, sucio o dañado.
Mamá decía que a esos sacos muchos(as) los odiaban, inclusive ella y su abuela, porque al tener que usarlos a oscuras, si a alguno(a) le daba ganas de ir al baño, se enredaba entre su saco y caía provocando un gran escándalo, que hacía que los padres y demás miembros de la familia se levantaran para ver que estaba pasando, y si la ida o venida era de verdad al baño nada pasaba, pero si agarraban a alguien con las manos en la masa, o más bien en los cuerpos, por haber dejado entrar a escondidas en su cuarto a su enamorado(a), o faltaba alguien en su cama que se había escapado por la ventana, le esperaban para cacharle al regreso de su conquista, para obligarle a casarse si es que se había jalado una torta.
Y como fueron muchos los sacos rotos y maltratados que encontraron junto con quienes les causaron esos daños, fueron gran cantidad de matrimonios que se efectuaron de manera forzada, porque muchas eran menores de edad, y la honra de las mujeres tenía que cuidarse, y también la de los hombres porque cada uno representaba el honor de cada familia, que se respetaba mucho en esa época de antaño, porque por las acciones de uno o varios miembros de un hogar juzgaban a todos, por eso cada familia se cuidaba de no adquirir mala reputación.
Mamá decía que la noche sólo era para dormir, que empezaba a las 6:00 p.m., apenas la luz del sol descendía y que el día era para estudiar, trabajar o pasear en la finca por el campo, y que para trasladarse de un lado a otro lo hacían por un camino que se había demarcado por tanto pisoteo sobre el césped y el monte, porque la gente pasaba por allí continuamente a pie, a caballo, en carretas con bueyes, ganado y otros animales, causando que siempre estuviera en mal estado y más ancho cada vez según su uso, pero que cuando llovía se llenaba de barro y pozos de agua, y los únicos que se divertían eran los chiquillos porque les encantaba chapotear y jugar en ellos, especialmente cuando los mandaban a hacer un mandado o iban a la escuela.
Ella decía que por ese sendero de antaño se construyó primero una media calle, toda mal hecha, con vueltas por todas partes, siguiendo el curso que gente sin ningún estudio, ni ningún conocimiento de topografía ni ingeniería decidieron darle, sólo dejándose llevar por el instinto de que ese trayecto era el más seguro para llegar a su destino; y aunque la gente en esa época casi no salía porque se pasaba la mayor parte de su tiempo trabajando en su casa, su finca o fincas vecinas, en algunas ocasiones tenían que salir de su finca para pasar por este camino público que les daba un verdadero dolor de cabeza usar, por el mal estado en que se encontraba porque como estaba lleno de piedras y tierra les era muy difícil caminar por allí y más aún en invierno.
Explicaba que las mujeres, especialmente las madres que tenían que lavar la ropa de la familia, sufrían porque tenían que hacerlo en el río, y a muchas les quedaba muy lejos, por lo que tenían que armarse de paciencia porque tenían que caminar por fuerza por la mala calle, ya que sólo había un río en el pueblo para usarlo todas, que era el lugar donde se resumía gran parte de su vida diaria bajo el sol, en el cuál gracias a Dios se protegían al sombrearse entre muchos árboles a la orilla del río, lo que hacía que pudieran permanecer por varias horas en ese lugar, lavando con bateas o sobre las piedras a lo largo del río, usando esa agua del río que antes era limpia y cristalina.
Ella, con picarona sonrisa, comentaba que mientras lavaban, sucedían muchas anécdotas y aventuras porque el río se tornaba como un lugar de reunión común.
Un espacio de todos, ... libre, ...en donde mujeres, chiquitas, jóvenes o adultas de varios pueblos, estaban unas lavando y otras personas acompañándolas para que no fueran solas, pero como muchos(s) no estaban haciendo nada, se armaba una camaradería tremenda entre todos(as) a lo largo del río, y aunque era un ambiente sano, siempre sucedían inesperadas escapadas de algunas, las más torteras, porque muchos hombres aprovechaban la estadía de las mujeres en el río, para darse un disimulado paseo en horas libres de trabajo o hasta en horas laborables, para ver a cuál mujer podían conquistar, unos lo hacían muy respetuosamente y le conversaban a su enamorada frente a su familia o toda la gente, pero otros se la llevaban diseque a dar un paseo a la orilla del río o por el campo, donde vivían rápidas aventuras a escondidas, ... con sólo la naturaleza como testigo, ...pero cuando la verdad salía a la luz en embarazos inesperados, aparecían por ende nuevos matrimonios forzados si es que lograban hacer que se casaran.
Así era como las mujeres conocían muchachos u hombres adultos, que calculaban muy bien la hora de estadía de ellas en el río, ya que sabían que además de lavar, muchas usaban ese tiempo para llevar una merienda, poner una sábana o mantel viejo sobre el suelo, hacer un picnic, bañarse y nadar en el río.
Era el tiempo en que la mujer casada disfrutaba junto a su esposo, si él no estaba trabajando, y con sus hijos; pero las solteras se divertían un rato, fuera a solas, con amistades o hasta enamorados, en donde todos pasaban horas no sólo lavando, sino en ocio y alegría donde compartían alimentos también.
Me decía, que el problema era que a la orilla del río, no sólo había mucha alegría, sino también gran tristeza porque al ser un lugar peligroso, aveces sucedían accidentes o se perdía alguien, fuera un niño, un joven o un adulto, a quién buscaban con gran desesperación hasta encontrarle. A muchos pudieron salvarles la vida, pero a otros no, porque se ahogaron en el río, el canal, sequías y pozas del pueblo, por eso cuando alguien desaparecía, estos eran los primeros sitios en que les buscaban porque sabían que a todos les encantaba pasear e ir a nadar por esos lugares tan libres frescos y tranquilos.
Cuando recordaba estas vivencias tristes en estos sitios sufría, pero se ponía muy orgullosa y alegre al contarnos como ella había podido salvar muchas vidas porque sabía nadar muy bien, ya que desde niña siempre había vivido cerca de muchos lugares para nadar y "era como un pez cuando estaba en el agua" porque con suma destreza volteaba boca arriba a la persona que se estaba ahogando, la sujetaba fuertemente de sus cabellos y se la ponía en la espalda, al mismo tiempo que nadaba, jalándola hacia la orilla, sin permitir que en ningún momento la otra persona se volteara o la agarrara, porque si lo hacía se podían ahogar ambas.
Decía que tuvo la gran satisfacción de salvar muchas vidas en el río, el canal, sequías y pozas; pero también gran desilusión por las veces que no pudo hacerlo porque ya era tarde, como una vez que después de horas de buscar a un niño lo vio flotando, ya fallecido sobre el río y tuvo con gran valentía que sacar su cuerpo para dárselo a su madre y que en otra ocasión tampoco tuvo tiempo de salvar a una muchacha.
Ella decía que era una experta nadadora, que siempre vio los peligros latentes de todos estos lugares con mucha agua y gran profundidad que rodeaban a todos, por eso enseñó a todos sus hijos a nadar, aunque fuera con calabazos porque como vivían muy cerca de estos sitios acuosos, temía que alguno pudiera caer en uno de ellos y ahogarse por no saber nadar.
Montaba y corría a caballo con gran destreza por todas partes, pero ninguno de sus hijos aprendió nunca a nadar ni montar tan bien como ella.
Todo el tiempo se sentía muy complacida por haber brindado primeros auxilios a muchas personas en el pueblo, tanto hermanos(as), familiares y amistades; cuando alguno se atoraba, fuera con comida, algún objeto o juguete que accidentalmente se tragaban, y con gran orgullo decía que había servido como partera a muchas mujeres que no iban al hospital en ese tiempo y que preferían dar a luz en sus casas.
Oraba siempre procurando que sus hijos y todas las personas hicieran lo mismo para que invirtieran su tiempo libre rezando, ya que ella era rezadora tanto en su pueblo como en lugares vecinos porque nunca decía que no a las personas que la invitaban a orar, y a la gente le encantaba escucharla cantar todos los coros porque tenía una voz fuerte y melodiosa.
Contaba que esos momentos de oración eran muy amenos porque además de orar, repartían a todos comida: frescos, café, pan, postres, y no podía faltar el trago geande straigh para los adultos, el guarito con cirope servido en vasos más pequeños para los jóvenes y el guarito con cirope o ponche servido en copitas bien pequeñas para los niños.
Decía que eso era lo que se acostumbraba hacer antes en los pueblos del campo y que aún hoy día se sigue realizando en muchas partes.
Ella repetía constantemente como desde chiquita le encantaba cantar y jugar, y como muy pronto, tuvo que cambiar el juego por el trabajo, por la necesidad tan grande que tenía, porque desde niña tuvo que coger café y trabajar al campo, por lo que todos los días debía de acostarse muy temprano como a las 6:00 p.m y levantarse de madrugada como a las 3:00 a.m. porque tenía que poner a cocinar maíz, molerlo, hacer tortillas y hasta tostar y moler granos de café para preparar el desayuno en el que usualmente se servía café, tortillas, queso, natilla y huevo frescos a una muy temprana hora del día.
Los trastos los lavaban con ceniza y la gente se bañaba con agua de pozo, en el río, quebradas o sequías. El servicio sanitario que en ese tiempo le llamaban escusado lo construían fuera de la casa en un pequeño aposento cerrado con tablas o latas de zinc, que en su interior tenía un hueco al cual cubrían con un asiento.
Los abuelos y padres se reunían con sus hijos a contarles cuentos, historias y leyendas que no leían sino que repetían de memoria de generación en generación o que eran inventadas por ellos mismos.
Ella decía que cuando los padres querían que sus hijos fueran obedientes las historias que les contaban eran de miedo, para que tuvieran temor y les obedecieran porque con las leyendas de sustos hacían más caso por miedo a que les saliera el hombre sin cabeza, la mano peluda, la llorona, el cadejo, etc. También les decían que si no se portaban bien el niño o niñito Dios no les traería regalos en Navidad porque eso era lo que se acostumbraba hacer desde generación tras generación desde hacía mucho tiempo, entonces obedecían.
Ese era su mundo, contando una y otra vez a todos a través del tiempo, todas las anécdotas que pasaba cuando trabajaba con sus hermanos(as) en el campo, los chistes que hacían, las canciones que cantaban, porque se daban gusto trabajando y cantando a la vez, vestidos(as) con las ropas más viejas que tenían, con pantalón y camisa de manga larga, sombrero y botas de hule para cuidarse o protegerse la piel tanto del sol como de la lluvia, pero el ambiente era muy alegre, ameno y lo único que opacaba la paz en los hogares era el licor y el cigarro que desde tiempos pasados causaba daños en las familias acarreando muchos problemas por el consumo de estas sustancias nocivas.
Ella en general se sentía muy en paz con Dios y decía que siempre había hecho de todo, que era multiusos y que asimismo era su mamá, "Un Yunque de Mujer", y que le gustaría que las mujeres de hoy fuesen aún mejor que ellas, ...dejándonos de verdad un reto bastante difícil de cumplir...porque todos los tiempos son diferentes, tienen sus propias dificultades y sus propias vivencias; y los de hoy, aunque parecen más fáciles son más difíciles por la contaminación, materialismo y libertinaje desenfrenado que existe.
Gracias a Dios que es único, perfecto, e incambiante en todo tiempo ese deseo de ella para las mujeres de hoy, cada una de acuerdo a nuestras posibilidades lo podemos cumplir porque la vida de cada mujer es única en nuestro tiempo y cada una de nosotras la vive con Dios de la mejor manera y a nuestro propio paso, no al paso de ellas ni de los demás.
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